Los padres de hoy en día, tienen que preguntarse sobre la obligación del cumplimiento de ciertas leyes, que sirven más de adoctrinamiento, en lo referente a la educación de sus hijos (sacar del interior de cada persona) y, más concretamente, en lo que se refiere a la educación de ellos en la fe.
El amor familiar, reflejo del de Nazaret y procedente del Amor Trinitario, ha de cultivarse viviendo los consejos del Eclesiástico (1ª lectura de hoy), y que, de no ser así, los nubarrones del fracaso amenazarán la relación entre quienes forman la familia.
No todos los hijos son “Jesús”, ni todas las madres y padres son “María y José”. Si el diálogo y el perdón fluyen familiarmente, se va haciendo camino según el modelo de la Familia de Nazaret, se va construyendo Iglesia Doméstica según la Lumen Gentium (nº 11) del Concilio Vaticano II.
La mirada a los componentes de la Sagrada Familia, Jesús, José y María, muestran a todas las familias el respeto, la armonía, la paz en el hogar, y sirven de misioneras en su entorno por la felicidad que desprenden de la vivencia del amor divino vertido en su casa. Este amor ayuda a superar los complejos y resolver los problemas que toda convivencia conlleva, esas espadas que atraviesan los sentimientos, y que solo con la misericordia celebrada de Dios, se convierten en momentos de unión y fraternidad.
La evolución del mundo familiar plantea nuevas coordenadas, distintas y distantes (ingeniería social), de alguno de los puntos de la carta de san Pablo a los Colosenses, y que, manteniendo por encima de todo el amor, fluyente entre marido-esposa recíprocamente culmina, no solo en el amor entre los cónyuges, sino que da paso a la vida y a la trascendencia concretadas en los hijos, y que revertida de estos a los padres recrean familia en ambiente de verdadera libertad humana.
Esa Iglesia doméstica, del carácter dialogante y verdadera escucha, será una pequeña aportación de sinodalidad doméstica para la Iglesia universal con proyección de futuro. La fraternidad, fruto del diálogo en familia, es muestra del sueño de Dios-Padre para la humanidad: llegar a la plenitud de su Reino, primacía, razón y vida del anuncio de Jesucristo durante su existencia terrenal. El diálogo intrafamiliar será, por tanto, prueba ante el mundo del “ya, pero todavía no”; del Reino que ya ha comenzado, y que no tendrán fin.
La actitud de los dos ancianos, Simeón y Ana, cargados de años, y movidos por el Espíritu Santo, tiene que ser recordatorio de los valores y respeto a los mayores para la familia de hoy, y la experiencia y sabiduría de los mayores, piedra viva en la construcción familiar. Ambos dos, Simeón y Ana profetizan y proclaman lo que será ese Niño, incluyendo en lo profético la espada de dolor para su madre, María. Ellos reconocieron a Jesús, y de ellos tenemos que aprender a reconocer nosotros también al Mesías con los que nos relacionamos. No puede haber división entre los seres humanos, que iguales en su creación, hemos de ver el rostro de Jesús en todos ellos: niños, mayores, ancianos, pobres. En estos momentos, donde tantos inocentes pierden la vida por las guerras, solo el amor del Niño Dios, puede acallar la violencia en el mundo. No vino contra nadie, vino a traer la Paz.