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El prójimo y sus necesidades

Panes y Peces

En el relato del evangelio todo comienza gracias a que Jesús cruza a la otra orilla del lago de Galilea. Desplazarse físicamente de un lugar a otro es una manera de expresar que es necesario salir de nuestros ámbitos seguros y conocidos, de lo que ahora solemos llamar espacios de confort, para abrirnos a otras realidades.

Una vez más Jesús sube al monte, invitándonos a todos a que ascendamos en nuestro nivel de ver, comprender y reflexionar sobre la vida, sobre tantas situaciones y realidades que piden de nosotros una mirada más amplia.

Como en otras ocasiones, mucha gente le sigue, no tanto para recibir una enseñanza, cuanto, para obtener soluciones, resultados a sus problemas en la vida. El mensaje de Jesús parece convencer, pero, al fin y al cabo, también nosotros preguntamos ¿qué hay de lo mío? Porque muchos dicen cosas bonitas, pero las cosas bonitas no nos sanan, ni nos solucionan nuestros problemas.

Jesús sale siempre al encuentro de las personas, de cada uno de nosotros; su mirada sabe ver las necesidades, siente compasión por todos: ¿cómo alimentaremos a todos estos? Se hace cargo del mundo, no vive ajeno a nosotros, a lo que nos pasa.

Este es uno de los rasgos que más caracteriza a Jesús: que el drama de los otros, de cada persona, sean quienes sean (ricos, pobres, buenos o malos…), es siempre el suyo. No es indiferente a nada ni a nadie. Contemplar a la humanidad siempre le suscita la misma pregunta: ¿qué puedo hacer yo?

Hemos de reconocer que los discípulos, aquellos de la primera hora, y nosotros, no tenemos esa mirada tan profunda. Solo ven, solo vemos, cinco panes y dos peces (¿qué es esto para tantos?) Incluso pretendemos quitar el problema despidiendo a la gente y que se vayan a sus casas. Cuántas veces actuamos desde esta falta de compromiso y de responsabilidad.

La mirada de Jesús, su vida, sus actitudes, nos enseñan a hacernos cargo de lo que hay en los otros, y asumirlo como si fuera propio. Así lo dice una y otra vez, y sobre todo, así obra y actúa desde una plena coherencia.

 

¡Cómo hacerlo con tan poco…! Es nuestra fácil excusa. Tenemos que convencernos de partir de lo que hay, de que de lo poco, de lo pequeño, surge el milagro, la generosidad, la solidaridad… ¡milagro porque termina sobrando! Lo hemos escuchado también hoy en la primera lectura, cuando el profeta Eliseo insta a repartir panes, porque dice el Señor: “comerán y sobrará”.

Lo que tenemos se multiplica si, en primer lugar, todo lo que está a nuestro alcance lo reconocemos como dones, como regalos, y los agradecemos. El verdadero milagro acontece ahí porque el egoísmo queda vencido. Nadie acapara sus bienes. Compartir nos hace vivir en esa comunión con los demás y con Dios.