El ser llamados a la vida es algo maravilloso que Dios da, y ha de ser vivida con agradecimiento, a pesar que en algunos momentos, se vea truncada por la enfermedad, la pobreza, los problemas de cualquier tipo, las guerras, y en general cualquier vulnerabilidad, etc. y que incluso parezcan ser insoportable. Es la muerte física la que parece ser más insuperable, pero para el cristiano es más superable, ya que la muerte al pecado fue superada por Cristo en el bautismo.
La relación estrecha con Cristo por medio del contacto espiritual de la oración, y poder saborear sus sacramentos, da a quienes cuidan esa relación la confianza en la palabra de Jesús y a orillar el pecado y la muerte, porque se aspira a los bienes de allá arriba como dice san Pablo. Es cruzar a la otra orilla como escribe el evangelista Marcos.
Dios no hizo la muerte, dice la Sabiduría, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; al contrario, por eso nos envió a su Hijo, para que muertos al pecado vivamos con espíritu de resurrección. La resurrección, punto álgido donde debe apoyarse nuestra fe, es lo que transmite el evangelio de hoy.
La enfermedad y la muerte física, apuntada por el evangelista Marcos, en dos mujeres (la mujer adulta enferma de hemorragias,12 años enferma y la hija del jefe de la sinagoga de 12 años) le sirven a Marcos para poner de manifiesto la resurrección. Una estaba dormida, que no muerta, y Jesús tomándola de la mano la despierta del sueño de la muerte; la otra, toca el vestido de Jesús y desaparece su impureza, pudiendo así ser aceptada entre los suyos, según la ley judía su enfermedad la hacía impura.
En ambos pasajes la fe, animada por la oración, de súplica, por un lado, (el jefe de la sinagoga), y de confianza silenciosa (la mujer con hemorragias) más el contacto del Señor, directamente (“la cogió de la mano”) e indirectamente y, (“acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto”), y en silencio, ambas mujeres son curadas.
Esa fe capaz de dar vida y salvación, queda clara por las palabras del Señor Jesús: No temas; basta que tengas fe” dice a Jairo y a la mujer; “Hija tu fe te ha curado”.
Ambos pasajes sirven para enseñar al verdadero seguidor de Cristo cómo la fuerza de la fe da Vida y es camino para la Salvación futura. Ha de servir al cristiano de hoy en día a acepta la voluntad de Dios en su vida, fruto de la oración ante cualquier necesidad y pequeñez, sirve para aumento de fe.
El seguidor del Señor Jesús, cruza a la otra orilla, donde posiblemente no esté la Vida y menos la Salvación, para que mezclándose con todos (“acompañado de mucha gente que lo apretujaba”) lleve ese mensaje salvífico que solo Dios puede dar.
El acompañar a los de la otra orilla: increyentes, doloridos en el espíritu y en el cuerpo o en cualquier otra necesidad, ayuda a nivelar preocupaciones. No solamente los materiales, -que también-, sino por el hacernos como Jesucristo, pobres por los demás.
La fe mueve montañas. Ánimo, y encomendémonos al Señor, y el actuará.