María tiene un papel fundamental en la obra de la salvación. El Hijo de Dios es «nacido de una mujer, nacido bajo la Ley» (Gálatas 4, 4-7). María está, con su mediación femenina y materna, colocada entre la Trinidad y la humanidad a la que Dios dona su Hijo.
En la historia de la salvación María es la manifestación y la garantía del misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Con su virginidad maternal nos asegura el origen divino de Jesús. Y con el realismo de su maternidad nos asegura la verdad de la encarnación. Ninguna maternidad –tampoco la suya– concluye con el parto; tiene por delante la colaboración en el crecimiento y la educación del hijo. La maternidad de María crece con el desarrollo de su hijo y su revelación. Será una reserva inagotable de conocimientos sobre las primicias de la vida de Jesús y un testigo de la verdad de su Encarnación.
Cuando los pastores, a quienes el ángel había prometido un signo, contemplan al niño en el pesebre, a su lado está María. Los pastores dan testimonio de lo que el ángel les había dicho, y de ese modo evangelizan a María y, a su vez, ellos ven confirmado el misterio del recién nacido que les había anunciado el ángel.
María acompaña a su hijo, contempla el misterio y conserva en su corazón todas esas cosas. No lo hacía para poder después recrearse en recuerdos del pasado, sino como experiencias que actualizaría y reviviría a lo largo de su vida. Nuestra fe en Jesús como Salvador no puede quedar en recordar acontecimientos de otros tiempos, creer es experimentar hoy su fuerza salvadora, capaz de hacer más humana nuestra vida.
El hoy cobra una insistencia particular en el evangelio de san Lucas. Tras nacer Jesús se anuncia: «Os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador». Ante un signo de Jesús comentaba la gente: «Hoy hemos visto cosas admirables». Cuando Jesús visitó a Zaqueo dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa». Y cuando uno de los crucificados a su lado le pidió que se acordara de él, le dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
Hoy mismo podemos empezar una vida más digna, más fraterna y solidaria. Y también el día de nuestra muerte puede ser un día de salvación. Todo ello porque el “hoy” en que se me ofrece la salvación de Jesús resucitado puede ser cualquier momento en que me encuentre con él. Para que así pueda ser, conviene la costumbre de “meditar estas cosas en el corazón”.
¡Dios nos bendice! y nosotros debemos bendecir a Dios. La actitud cristiana es buscar el bien, pedir el bien, querer el bien, pronunciar palabras de bien pidiéndoselas a Dios. Un bien que no sea exclusivo ni exclusivista porque Dios es de todos y para todos. Bendigamos a Dios por las cosas sencillas y diarias, como la salud, la vida, los amigos, la fe, el cariño… Y pidamos su bendición que convierta los corazones de todos a la justicia y a la paz; que nos ayude a aprender a ver al hombre como lo que es en verdad, «hijo de Dios». Aprendamos a bendecir y a ser una bendición para los demás.
At the Council of Ephesus (451), the mother of Jesus was solemnly proclaimed as Mother of God or Theotokos, acknowledging the Godhead of her Son, Jesus Christ. Under this noble title she is still honored by most Christians around the world, and today’s feast invites us to place our hopes and plans for the new-starting year under her motherly care. We can entrust to her our personal concerns and those of our era, the conflicts the glaring injustices, the unequal wealth and opportunity, the war in Syria and Iraq; in short, all that troubles peace and fairness in our world at this time.
As she saw herself, Mary was the handmaid of the Lord, trusting in Providence and sustained by the goodness of God. Indeed, she stands out among the Lord’s anawim, the humble hearts who confidently trust that God has everything in hand (Lumen Gentium 55). In the first four Christian centuries, Church writers emphasized Mary’s faith rather than her divine motherhood. As St Augustine put it, “She conceived Jesus in her heart before conceiving him in her womb.” Also venerated as Mother of Good Counsel, Our Lady can be our guide and counsellor in the area of faith. She wants to beget faith in us, to be our Mother in faith. That is why, in the gospel of John, she is present at the beginning and the end of Christ’s public life.
John is the only one to record Mary’s presence at Calvary, as in the terse statement, “Near the cross of Jesus stood his Mother” (Jn 19:25). When all the miracles of Jesus seemed a delusion to many, his mother stood there faithful to him to his last breath, still believing in God’s power to save. Her faith did not need astounding miracles, but rested on childlike trust in the mysterious ways of God our Father. Nor did her role as mother cease then, for in his dying hour Jesus gave it a new focus when he said to John, “Behold your Mother.” The mother of Jesus will henceforth be the mother of all his disciples, sharing with us her strong and simple faith.
On this we see Mary marveling at what has happened, treasuring the events of Christmas in her memory, and pondering them in her heart. The image is that of the contemplative woman who ponders the marvels the Almighty has done for her and for all people. She ponders in response to what the shepherds said to her. Those simple, humble shepherds had preached the gospel to her, repeating what had been told to them by the angels, “Today in the town of David, a Savior has been born to you; he is Christ the Lord.” It is this good news, this gospel, that she treasured and pondered over.
The same gospel has come to us, and we are invited to treasure it, to ponder on it and to respond to it, as Mary did. Today, New Year’s day, is a day when many feel drawn to make good resolutions. What better new year’s resolution could we make today than that of adopting Mary’s stance before the grace of God? Today’s feast invites us to share in Mary’s sense of awe and wonder before God’s merciful love, made known to us in Christ, her son. As we look towards the new year, which begins today, we ask Mary to help us to treasure the gospel as she did, so that Christ might come to others through us as he came to us through Mary.