Esta transición de lo antiguo a lo nuevo es central en la economía salvífica. A partir de lo antiguo viene lo nuevo. Con todo, es lo nuevo (Jesucristo) lo que da sentido a todo el proceso.
En esta dinámica hemos de entender el Evangelio de Marcos (14, 12-16. 22-26). El relato nos ubica en el contexto de la preparación y la celebración de la pascua judía. Jesús (que va a inaugurar con su muerte y resurrección una nueva pascua y alianza), en el día del sacrificio de los corderos pascuales, da indicaciones a sus discípulos en orden a la celebración de la cena pascual. En el transcurso de la misma lega a los suyos la eucaristía, con la entrega simbólica de su cuerpo y de su sangre en el pan (“Esto es mi cuerpo”) y el vino que comparte con los discípulos. Las palabras sobre el vino conectan con la lógica de las lecturas de hoy (“Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos”). Palabras que vinculan alianza-pascua-sangre, pero en la dirección de la plenitud que aporta lo novedoso: nueva alianza, nueva pascua, nueva sangre.
Tras lo dicho, conviene dejar de manifiesto en la solemnidad de hoy que la presencia prometida de Cristo en el pan y en el vino forma parte de un proyecto salvífico que va desarrollándose y creciendo en el tiempo. Ese proyecto posee el formato de la alianza. Una alianza que significa cercanía, comunión entre Dios y el pueblo. Esta comunión se expresa en la Ley que orienta la vida del pueblo. Esta alianza tiene igualmente su celebración ritual, singularmente en la Pascua, que actualiza la comunión salvadora de la que nace la alianza. En el momento clave del plan de Dios, Jesucristo (Hijo de Dios humanado) lleva a su cumplimiento pleno la alianza. Él, con su entrega-sacrificio personal a favor de la humanidad, establece una comunión salvadora inigualable entre Dios y el nuevo pueblo de Dios (la Iglesia). La ley del Amor es la que ha de orientar ahora la vida de la Iglesia y la eucaristía es la celebración ritual que actualiza esta nueva alianza (de ahí si condición de sacramento central en la economía salvífica cristiana). En ella se da una singular presencia y cercanía de Cristo que, según lo expresado, hay que leer en el contexto del misterio de la salvación.
Así pues, desde la perspectiva dibujada por las lecturas, la presencia de Cristo en la eucaristía mira al todo de la historia de la salvación. Junto a esto, y teniendo en cuenta lo que señalábamos en la introducción, esa presencia acontece en el conjunto de la celebración (no solo en un momento). Eso sí, luego, y en el interior de esta celebración, la presencia somática es el lugar de la máxima densificación de esa presencia que, además, hace posible la resolución de la celebración conforme a su sentido: la comunión.
Por tanto, presencia eucarística de Cristo significa comunión salvífica con Dios en la nueva alianza establecida por el Señor. Esa presencia eucarística alude tanto a la persona como a la acción de Jesucristo y, en este sentido, hace suya la totalidad del misterio de nuestra salvación. Presencia eucarística de Cristo significa también la actualización del ser de la Iglesia (cuerpo de Cristo), puesto que la Iglesia, fiel al mandado recibido, se recibe a sí misma al celebrar la eucaristía en la que acoge a su Señor.